sábado, 26 de mayo de 2012

Entre libros.

Un año más, los libros inundan la calle, tapizándola de palabras; de magia y de encanto. Los libros abandonan por unas horas su sitial cotidiano, su rincón entre baldas acogedoras, y salen a respirar el ambiente ciudadano. Algunos de ellos son los mejores embajadores de esta tierra nuestra y en su valija yacen hermosos valores éticos de sinceridad y nobleza.

Es poco habitual la presencia de escenarios aragoneses en nuestra literatura, más proclive a emigrar, igual que muchos autores, a territorios más propicios para la fecundidad creadora. Pero tampoco faltan honrosas excepciones: tomo entre mis manos la novela “Dientes de leche”, de Martínez de Pisón. Esta narración nos traslada a los azarosos días de la contienda civil y a la posguerra; a las vicisitudes de los combatientes italianos y a la persistencia de un fascismo retrógrado que tiñe de desencuentros y rencores insaciables los avatares de una familia, azotada por sombrías nubes y un secreto que espera su ocasión para restallar como un rayo vengativo. Todo sucede en unas calles domésticas, con sabor de hogar; las mismas que acogen gran parte de los sucesos relatados en “Hijos de la niebla, heredarais la nada” de Luis Bazán, también basada en una saga de tres generaciones, donde los protagonistas, como Leticia, la hija rechazada, son abrumados por un destino implacable. Las primeras páginas transcurren en un ambiente rural, próximo al que arropa a los personajes de “Entre dos fuegos”, la novela primigenia de María Rosario de Parada, drama trágico donde el infortunio y la amargura serán finalmente domeñados por el renacer de los sentimientos más nobles. E idénticos campos y las mismas calles sirven a Ángela Abós para recrear en la memoria de Aurora la conciencia más recta, la que siempre acaba triunfando sobre odio e incomprensión.

En días difíciles, libros como estos crean puentes de reconciliación.

Publicado en El Periódico de Aragón, el viernes 25 de mayo de 2012

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